lunes, febrero 26, 2007

Lejos de Madrid

Estaba muy cansado cuando me subí al taxi, un Mercedes blanco con propaganda turística de la Fortaleza en el lomo. El conductor tenía ganas de cháchara, se quejaba del tráfico, del viento, y en cuanto llegamos a mi calle me preguntó que si era familia de los dueños de una tienda de musulmanes donde suelo comprar el pan. Como le dije que no, que no sólo no era musulmán si no que ni siquiera era de la Fortaleza, volvió a insistir con otra pregunta:

- ¿De dónde eres?

Apenas había dormido. La noche anterior me acosté alrededor de las tres, y me había levantado muy pronto para marchar al aeropuerto con tiempo. Una de mis peores pesadillas es perder el avión y quedarme tirado. Me encanta viajar y generalmente cuando viajo, a diferencia de mi vida diaria, no suelo tener planes preconcebidos ni horarios. Me dejo llevar por mis impulsos, improvisando en cada momento lo que voy a hacer el siguiente. En cambio, no soporto llegar con el tiempo justo a un aeropuerto. Además, así aproveché para leer Milenium de Carvalho de Vázquez Montalbán y recordar un poco el fin de semana, lo insaciables que somos los dos y lo a gusto que voy sintiéndome poco a poco en Madrid.

Como te dije en cuanto nos conocimos, tenía una deuda kármica que pagar con aquella aterradora ciudad de paso en la que me sentía con una boina invisible en la cabeza, con aquella ciudad invisible con cuyos habitantes de mirada esquiva me cruzaba en los vagones del metro, con aquella ciudad antipática como una rubia presumida que sólo te da dos besos cuando le interesa lo que tienes en la cuenta corriente.

Pero tú sientes a Madrid profundamente, como una enfermedad infantil contagiosa y yo poco a poco veo como me van saliendo manchitas y granos en la piel. Ahora veo a Madrid como una madre que ha adoptado a tantos niños de todo el mundo, que aunque quisiera, no puede dar cariño a todos, pero no por eso va a dejar de ser tu madre, y no por eso, si te acoge, vas a dejar de quererla. Todavía no sé cuando, pero creo que quiero irme a vivir a Madrid.

- ¿De dónde eres?- me preguntó el taxista

Ahora entenderás porqué le dije que de Madrid.

martes, febrero 20, 2007

Los placeres de la miseria espiritual

Durante muchos años, mi vida se vio reducida al reino de las cuatro paredes del cuarto de la casa de mis padres. Me sentía un niño bueno a quien su madre peinaba a raya para ir a misa los domingos, limitándome a estudiar porque era lo que tenía que hacer. Sacaba buenas notas en el colegio, después en el instituto, terminé una carrera y aprobé unas oposiciones. Aunque salía los fines de semana, y bebía, fumaba y salía con mujeres, siempre he sabido donde estaba el límite. Como no trabajaba y tampoco mis padres disponían de mucho dinero, me conformaba con poco mientras iba comprendiendo que lo importante no estaba en lo material, sino en lo espiritual, en el interior de cada uno de nosotros. Me alimentaba de sueños, aunque engordan tan poco que nunca tuve la curva de la felicidad en mi estómago.

Pero un día me cansé de mi vida anterior de monje budista que apenas había saboreado el pecado, y a las doce de la noche de un domingo de octubre me subí a un tren rumbo a la Fortaleza, donde poco a poco me fui dejando llevar por el lado oscuro de la vida, aferrándome a la forma y al tamaño del deseo. Mi única religión era el quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero,quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero...

En cuanto cobraba me sentía empujado por el más puro consumismo: lo importante era gastar. sobre todo en cosas que no iba a utilizar nunca. No me privaba absolutamente de nada, pero cuanto más utilizaba la tarjeta de crédito, más miserable me sentía y más me hundía en el escepticismo, hasta que comprendí que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita.

No he nacido para calzarme un taparrabos y arrojarme a las calles para disfrutar de la pobreza ni me siento capaz de renunciar a todo por lo que he luchado en esta vida, pero envidio al niño que fui, tan disciplinado, que se entusiasmaba con los cuentos de hadas y que se conformaba con tan poco. En el fondo se trata de asumir que lo material te sirve para vivir y no vivir para lo material.

En fin, lo dejo, que Max, me estoy poniendo estupendo.

Amores de blog

Sé que a veces soy como una sombra que desaparece por la noche en callejones sin luz. He escrito muy poco las últimas semanas, pero necesitaba metabolizar todo lo que últimamente he vivido.

Al igual que dos blogeros a los que leo habitualmente, me he enamorado de una chica que escribe otro blog. La leía desde enero del año pasado y salvo unos cuantos comentarios en su blog y en el mío, no teníamos ningún tipo de contacto, pero en el mes de agosto uno de sus post me emocionó un montón porque me sentía muy identificado, se lo dije, me contestó, me dió su e-mail, empezamos a escribirnos, después a hablar por el messenger, y como yo me iba unos días de vacaciones, me dió su móvil para no perder el contacto, nos mandamos sms, luego hablamos por teléfono (me encantó su voz ya desde la primera vez que la oí) y al final necesitamos conocernos.

Todo empezó de la manera más inocente. Por entonces me encontraba enterrado en las profundidades de un amor frustrante que me estaba desangrando. Normalmente, salvo en los posts, soy distante y a veces hasta borde e intento parecer un poco bohemio, con ciertos rasgos de intelectual maldito. Es dificil que
me abra a los demás, y que cuente lo que ocurre en mi interior. Sólo los que me conocen muy bien, saben que en el fondo soy un sentimental, si bien ninguno de mis amigos sabe que escribo este blog. Aunque no estoy muy seguro porqué (supongo que ya necesitaba desahogarme), me desnudé sentimentalmente delante de ella desde el principio. Ella por su parte fue rompiendo todos y cada unos de los códigos de la seducción. Hizo todo lo que una mujer no debe hacer si pretende conquistar a un hombre (a la mierda todos los manuales), y apenas tres semanas desde el primer e-mail consiguió que nos besáramos por las calles de Madrid.

Desde entonces camino
sonámbulo por la vida, dejándome llevar, sin pensar apenas, limitándome a sentir y dividiendo los días entre los que estoy con ella y los que me falta para estar con ella. A veces me dice que la quiero sólo porque me hace cosas malas y como no puedo evitar ser un borde le contesto que tiene razón, pero un día, estando los dos en mi casa de la Fortaleza, lloré como un gilipollas delante suya. Sentía que ya estaba preparado para buscar la luz del otro mundo porque había conocido la felicidad, ese hada caprichosa de alas doradas y pechos desnudos que muchos piensan que se esconden en los billetes de quinientos euros.

A diferencia de los otros dos blogueros, nosotros mantenemos el anonimato. Escribo en su blog, con mi nombre de forma neutra, como si fuera uno más que la leen, y con un pseudónimo cuando quiero decirle algo más romántico. Y ella hace lo mismo en mi blog. Reconozco que a veces estoy tentado de desvelar su identidad. No sé, no sé.

¿Lo hago, no lo hago?

miércoles, febrero 14, 2007

El día de los enamorados

Me encanta esa frase que sueles decir de que bonito es el amor cuando es correspondido, porque si no es una puta mierda.

Recuerdo que la primera vez la dijiste cuando nos besábamos como los dos empalagosos que éramos por las calles incompletas de sueños de Madrid. Teníamos hambre del otro. Era, si no me confundo, la segunda vez que nos veíamos y aún nuestros cuerpos se estaban conociendo y no podíamos dejar un rincón, un portal, un banzo, un escalón, un semáforo sin convertirnos en uno. Las agujas de los relojes se caían en pedazos desde la torre de todos los ayuntamientos porque el tiempo ya no importaba. Tampoco hablábamos nada. Pegamos una patada en el culo por inútiles a las palabras, esos piojos negros cargados de significado. El amor era entonces un felino suicida que arrancaba con prisa la ropa, rasgándola, convirtiéndola en jirones de naufrago, y que ciego por la venda que tenía en los ojos obecía únicamente al instinto de la pasión.

Han pasado casi seis meses desde entonces y el felino ahora es un animal doméstico, un gato, cariñoso y juguetón que ya no muerde, que cuando te desnuda deja la ropa dobladita en una silla y que invierte en bolsa, habla de hipotecas, se peina con la raya a un lado y que cuando tiene sueño bosteza por el móvil.

Pero aunque se me hayan caído los dientes te quiero más que ayer pero menos que mañana. Te necesito como los océanos de los mapas necesitan al color azul. Sin tí me sentiría como un borracho ante la puerta de un bar cerrado. Sería un número primo en una fiesta de números pares, una canción sin estribillo, un alfabeto sin letras, una caricia en el vacío, un feo poeta francés del siglo XVII sin nariz.

A veces te echo de menos, pero en seguida se me pasa, porque al fin y al cabo tan sólo estamos a una hora y media de avión y a unas cuantas paradas de metro.

Un besito

Ciao, ciao.

Yo tenía un blog...

Yo tenía un blog.
Lo recuerdo.
Y creo que solía escribir en él.
Pero la VIDA me absorvió y me olvidé de darle de comer. Veo que aquí, sigue, recostado en una esquina, medio moribundo, con un plato de mendigo, donde algunos habeis dejado un poco de limosma. Le he puesto una sonda de palabras para que engorde un poquito, que se me está quedando esmirriado.
Supongo que si el mundo fuera más justo, me habrían quitado su custodia, pero como sabemos que el mudno es a veces un poco hijo de puta ( tanto que debería algunas noches irse a dormir sin ver la tele), aquí estoy a su lado, arrepentido, pidiéndole perdón por mi ausencia.
Pobrecito blog.
Ya sé que debería estarle más agradecido, al fin y al cabo, la conocí a través de tí.
Yo tenía un blog.
Y ella tenía otro.
Y solíamos leernos.