Cierro los ojos.
Soy un niño. Obediente, tímido, ingenuo, buen estudiante. Paseo con un amigo por el patio del colegio. Encontramos un plástico de color blanco en el suelo. Mi amigo se queda mirando. Me pregunta si sé qué es un condón. No, le respondo. La palabra que más se parece en el pequeño diccionario de mi cabeza es un cóndor, un pájaro que habita en los andes, una canción de Simon and Garfunkel, aunque tampoco sabía entonces quien la cantaba.
- Mi hermana tiene en la mesilla de su habitación- me confiesa - Los usa con su novio.
Yo miro el plástico del suelo. Está sucio. Me pregunto para qué sirve, para que los utilizará su hermana con el novio.
Abro los ojos.
Ya no necesito leer las instrucciones. Me pongo el preservativo de forma automática, sin pensar, en rápidos movimientos. Me siento un poco absurdo. Un gato con botas. Un guerrero con el cuchillo plastificado.
Me acerco a tí. Tienes una herida de deseo entre las piernas, una pregunta cuya respuesta tomas en tu mano y la acercas a la entrada. Me pides que empuje. Una y otra vez. Te miro. Tus ojos verdes quieren sentirme dentro. Yo quiero la muerte de un segundo, perder los sentidos por un instante, reunirme con los dioses. Todo es Uno. Plazas, árboles, montes, parques, mares, fuentes. Un géiser. Un volcán en erupción. El fuego que da la vida.
Cuando todo ha terminado, me quito el preservativo. Le hago un nudo. Me paseo desnudo por la casa. Lo tiro a la basura y busco entre los cds a Simon and Garfunkel para escuchar El cóndor pasa.
Soy un niño. Obediente, tímido, ingenuo, buen estudiante. Paseo con un amigo por el patio del colegio. Encontramos un plástico de color blanco en el suelo. Mi amigo se queda mirando. Me pregunta si sé qué es un condón. No, le respondo. La palabra que más se parece en el pequeño diccionario de mi cabeza es un cóndor, un pájaro que habita en los andes, una canción de Simon and Garfunkel, aunque tampoco sabía entonces quien la cantaba.
- Mi hermana tiene en la mesilla de su habitación- me confiesa - Los usa con su novio.
Yo miro el plástico del suelo. Está sucio. Me pregunto para qué sirve, para que los utilizará su hermana con el novio.
Abro los ojos.
Ya no necesito leer las instrucciones. Me pongo el preservativo de forma automática, sin pensar, en rápidos movimientos. Me siento un poco absurdo. Un gato con botas. Un guerrero con el cuchillo plastificado.
Me acerco a tí. Tienes una herida de deseo entre las piernas, una pregunta cuya respuesta tomas en tu mano y la acercas a la entrada. Me pides que empuje. Una y otra vez. Te miro. Tus ojos verdes quieren sentirme dentro. Yo quiero la muerte de un segundo, perder los sentidos por un instante, reunirme con los dioses. Todo es Uno. Plazas, árboles, montes, parques, mares, fuentes. Un géiser. Un volcán en erupción. El fuego que da la vida.
Cuando todo ha terminado, me quito el preservativo. Le hago un nudo. Me paseo desnudo por la casa. Lo tiro a la basura y busco entre los cds a Simon and Garfunkel para escuchar El cóndor pasa.